El singular estilo de este "Pintor de las formas que vuelan",
como le ha llamado Eugenio D'Ors, es la suma de todos los elementos que
determinaron su formación en Grecia y en Italia, a los que sumó la influencia
de la religiosidad y el misticismo de la España en que vivió. Su formación
bizantina como pintor de iconos brotó de vez en cuando en sus composiciones
por el simbolismo que imprimió a muchas de sus figuras, por el carácter
abstracto que dio a las formas - según ha dicho Lionello Venturi- y por la misma iconografía que, con
frecuencia, empleó (Cristo bendiciendo con los dedos cruzados, nimbos
romboidales, alma en forma humana, etc.). Entre lo aprendido en Venecia podemos
citar el rico colorido, sobretodo en el empleo de los azules, carmines,
amarillos y blancos argentados, siempre dentro de una gama fría y agria , la
pincelada suelta, los contrastes lumínicos, los atrevidos escorzos y las
figuras colgadas al modo de Tintoretto, así como la frecuente división de sus
cuadros en dos zonas claramente diferenciadas, una celeste y otra terrenal. De
su estancia romana hay que
destacar la adquisición de los desnudos y las formas monumentales de dibujada
musculatura a las que confirió un movimiento serpentino de origen
miguelangelesco, pero alargándolas y estilizándolas, como ya hiciera el
escultor Berruguete, conforme a la estética manierista que el Greco remodeló a
su manera. Logró una conjunción entre el diseño manierista y el color
veneciano. En Italia los artistas estaban divididos: los manieristas romanos y florentinos defendían el dibujo como
primordial en la pintura y ensalzaban a Miguel Ángel, considerando el color
inferior, y criticaban a Tiziano; los venecianos,
en cambio, señalaban a Tiziano como el más grande, y atacaban a Miguel Ángel
por dar poca importancia al color. El Greco, como artista formado en ambas
escuelas, se quedó en medio, reconociendo el color de Tiziano y el diseño de
Miguel Ángel, aunque los estudiosos señalen que la estética del Greco compartía
los ideales de Miguel Ángel al dar primacía en su arte a la imaginación sobre
la imitación.
De estos primeros momentos
podemos citar el retablo de Santo Domingo el Antiguo, su primera obra española
al que pertenece la Trinidad del
Museo del Prado, y El Expolio de la
catedral de Toledo, obras que muestran todavía la intensa influencia italiana.
Poco después (1580-82) realizó para El Escorial el Martirio de San Mauricio y la legión tebana, que por la dificultad
para ser entendido y por no ser un cuadro devocional de altar, el rey Felipe
II, si bien advirtió su calidad, decidió no emplazarlo en la iglesia
escurialense.
A partir de entonces, aislado
en Toledo, el estilo del Greco aumentó su progresiva espiritualización,
moviéndose en una órbita de irrealidad, misticismo y hondo simbolismo. De 1586
data el Entierro del señor de Orgaz,
cuya composición aparece dividida en dos grandes zonas, pero trabadas de modo
perfecto, componiendo una mezcla de lo humano y lo divino, de lo cotidiano y lo
religioso, como era la vida toledana de su tiempo, y haciendo a la vez un
magnífico estudio de aquella sociedad en la espléndida galería de retratos de
hidalgos y clérigos de la parte inferior.
En la misma línea de estos
retratos se encuentran los otros retratos de personajes contemporáneos (El caballero de la mano en el pecho),
en los que trató de reflejar más el espíritu y la psicología del retratado que
su aspecto físico.
Ya en la última década de la
centuria la pintura del Greco incrementó la irrealidad y la idealización
así como la distorsión formal en un personalísimo canon de esbeltas
proporciones que le llevó a convertir a las figuras en inmateriales, en formas
huesudas sobre las que los paños y amplísimos ropajes flotan afirmando todavía
más la sensación de adelgazamiento, dentro de su extremado y personal
Manierismo (Bautismo de Cristo, Crucifixión,
Resurrección, Pentecostés). Esta línea continuó en aumento en los primeros
años del siglo XVII, abundando las disimetrías, las formas diluidas y las
manchas de color tanto en las representaciones de Santos y Apóstoles, en los
temas marianos y evangélicos (Adoración
de los pastores), o en el excepcional tema mitológico de La muerte de Laocoonte y en los
subjetivos y casi oníricos paisajes de
las Vistas de Toledo.
Una pintura para el bajo clero y
la baja nobleza, que no es cortesana, que refleja perfectamente el mundo
contrarreformista, sobrio, de severos hidalgos y predominio del clero de la
España de fines del siglo XVI. Un pintor intérprete más que narrador cuya
exaltada espiritualidad le hace único y le convierte en una figura cumbre del
arte universal.
Hoy, 7 de abril de 2014
conmemoramos el IV Centenario de su muerte. La magna exposición de Toledo
("El griego de Toledo") y otras muestras que se preparan recordarán
la huella indeleble que su obra supuso en la Historia del Arte.