sábado, 5 de abril de 2014

IV centenario de la muerte del Greco


Considerado como uno de los más grandes genios del arte universal pero prácticamente ignorado hasta principios del siglo XX (estudio de Cossío, 1908), El Greco es la personalidad fulgurante dentro de la pintura española de fines del siglo XVI. Nacido en la isla de Creta en 1541, Doménicos Theotocópoulos pasó a Venecia en torno a 1566 y se formó junto a Tiziano y Tintoretto, viajando a Roma hacia 1570 y llegando a España aproximadamente en 1577, tal vez con la idea de trabajar en la decoración de El Escorial. Se afincó en Toledo hasta su muerte en 1614.

El singular estilo de este  "Pintor de las formas que vuelan", como le ha llamado Eugenio D'Ors, es la suma de todos los elementos que determinaron su formación en Grecia y en Italia, a los que sumó la influencia de la religiosidad y el misticismo de la España en que vivió. Su formación bizantina como pintor de iconos brotó de vez en cuando en sus composiciones por el simbolismo que imprimió a muchas de sus figuras, por el carácter abstracto que dio a las formas - según ha dicho Lionello Venturi-  y por la misma iconografía que, con frecuencia, empleó (Cristo bendiciendo con los dedos cruzados, nimbos romboidales, alma en forma humana, etc.). Entre lo aprendido en Venecia podemos citar el rico colorido, sobretodo en el empleo de los azules, carmines, amarillos y blancos argentados, siempre dentro de una gama fría y agria , la pincelada suelta, los contrastes lumínicos, los atrevidos escorzos y las figuras colgadas al modo de Tintoretto, así como la frecuente división de sus cuadros en dos zonas claramente diferenciadas, una celeste y otra terrenal. De su  estancia romana hay que destacar la adquisición de los desnudos y las formas monumentales de dibujada musculatura a las que confirió un movimiento serpentino de origen miguelangelesco, pero alargándolas y estilizándolas, como ya hiciera el escultor Berruguete, conforme a la estética manierista que el Greco remodeló a su manera. Logró una conjunción entre el diseño manierista y el color veneciano. En Italia los artistas estaban divididos: los manieristas romanos y florentinos defendían el dibujo como primordial en la pintura y ensalzaban a Miguel Ángel, considerando el color inferior, y criticaban a Tiziano; los venecianos, en cambio, señalaban a Tiziano como el más grande, y atacaban a Miguel Ángel por dar poca importancia al color. El Greco, como artista formado en ambas escuelas, se quedó en medio, reconociendo el color de Tiziano y el diseño de Miguel Ángel, aunque los estudiosos señalen que la estética del Greco compartía los ideales de Miguel Ángel al dar primacía en su arte a la imaginación sobre la imitación.

De estos primeros momentos podemos citar el retablo de Santo Domingo el Antiguo, su primera obra española al que pertenece la Trinidad del Museo del Prado, y El Expolio de la catedral de Toledo, obras que muestran todavía la intensa influencia italiana. Poco después (1580-82) realizó para El Escorial el Martirio de San Mauricio y la legión tebana, que por la dificultad para ser entendido y por no ser un cuadro devocional de altar, el rey Felipe II, si bien advirtió su calidad, decidió no emplazarlo en la iglesia escurialense.

A partir de entonces, aislado en Toledo, el estilo del Greco aumentó su progresiva espiritualización, moviéndose en una órbita de irrealidad, misticismo y hondo simbolismo. De 1586 data el Entierro del señor de Orgaz, cuya composición aparece dividida en dos grandes zonas, pero trabadas de modo perfecto, componiendo una mezcla de lo humano y lo divino, de lo cotidiano y lo religioso, como era la vida toledana de su tiempo, y haciendo a la vez un magnífico estudio de aquella sociedad en la espléndida galería de retratos de hidalgos y clérigos de la parte inferior.

En la misma línea de estos retratos se encuentran los otros retratos de personajes contemporáneos (El caballero de la mano en el pecho), en los que trató de reflejar más el espíritu y la psicología del retratado que su aspecto físico.

Ya en la última década de la centuria la pintura del Greco incrementó la irrealidad y la idealización así como la distorsión formal en un personalísimo canon de esbeltas proporciones que le llevó a convertir a las figuras en inmateriales, en formas huesudas sobre las que los paños y amplísimos ropajes flotan afirmando todavía más la sensación de adelgazamiento, dentro de su extremado y personal Manierismo  (Bautismo de Cristo, Crucifixión, Resurrección, Pentecostés). Esta línea continuó en aumento en los primeros años del siglo XVII, abundando las disimetrías, las formas diluidas y las manchas de color tanto en las representaciones de Santos y Apóstoles, en los temas marianos y evangélicos (Adoración de los pastores), o en el excepcional tema mitológico de La muerte de Laocoonte y en los subjetivos y casi oníricos  paisajes de las Vistas de Toledo.

Una pintura para el bajo clero y la baja nobleza, que no es cortesana, que refleja perfectamente el mundo contrarreformista, sobrio, de severos hidalgos y predominio del clero de la España de fines del siglo XVI. Un pintor intérprete más que narrador cuya exaltada espiritualidad le hace único y le convierte en una figura cumbre del arte universal.

Hoy, 7 de abril de 2014 conmemoramos el IV Centenario de su muerte. La magna exposición de Toledo ("El griego de Toledo") y otras muestras que se preparan recordarán la huella indeleble que su obra supuso en la Historia del Arte.